Iba paseando, y a mi paso encontré hojas secas, su crepitar me recordó que nos íbamos acercando al otoño. El horizonte se mostró claro sobre las lejanas montañas. Los árboles dulcemente se mecían entre el murmullo de la brisa. Observé que los bancos estaban vacíos, ya no estaban los niños que jugaban a mancharse. La fuente seguía con su continuo borboteo, y el agua era clara y cristalina.
Unas minúsculas hojas se balancean sobre la fuente, turbando el agua con sus filigranas, hasta caer al suelo. Me senté sobre unas piedras, que estaban húmedas y cubiertas de musgo
Seguían cayendo y cayendo mas hojas.
A lo lejos mis ojos observaron un anciano, que con la ayuda de un bastón, paseaba por el parque
Poniendo de marco el paisaje, le observé.
Por un momento lo confundí con una estatua, allí quieto, con la mirada pérdida, descansando su cuerpo sobre el bastón.
Cada vez iba haciendo más frio, se oscurecía la tarde. Miré al cielo, que estaba cubierto por un manto gris. De pronto comenzó a llover.
Me cobijé debajo de un árbol.
El anciano no parecía haberse dado cuenta de la lluvia, por su rostro resbalaban las gotas , las cuales semejaban lágrimas.
No se porque me gustaba aquel anciano.
Estuve tentada de acercarme para ayudarle a resguardarse pero le veía tan espiritualmente concentrado que no me atreví a prevenir.
Comenzó a llover torrencialmente.
Se oía maullar los gatos, los árboles se empezaron a agitar fuertemente, las hojas parecían inquietas, no cesaban de mostrar su baile.
La fuente ya no se mostraba tan placentera, sus chorros salpican con imprudencia el suelo.
Bandadas de pájaros abandonaban las copas de los árboles., sus nidos aún calientes estaban encharcados.
Los chirridos de las ramas me estaban ensordeciendo.
Volví la vista para comprobar si seguía el anciano en el parque.
Sus ropas las tenía pegadas a su flaco y débil cuerpo. La gabardina daba acordes zumbidos , mientras él seguía inmóvil con sus manos aferradas fuertemente al bastón como único punto de apoyo.
Sentí una angustia interior que me estaba ahogando.
Mire de nuevo el cielo y este se había tornado limpio y azul.
Ahora se dejaba entre ver un rayo que parecía besar la tierra.
Lució el arco iris de unos colores mas bellos que nunca.
Comencé a escuchar una música celestial, y no eran las aves regresando a sus nidos.
Salí de mi escondite para respirar el aire fresco que manaba del húmedo suelo.
Reparé que el anciano ya no se apoyaba en su bastón, estaba tendido en el suelo, y corrí apresuradamente a su lado.
Sus ropas se confundían con el barro, sus manos de un frio glacial estaban agarrotadas.
Su cara parecía la de un niño dormido, aunque la vida le había forjado alguna que otra cicatriz.
Busqué apresuradamente entre sus húmedas ropas para tratar de encontrar alguna identidad , pero fue vano mi intento, solo encontré un pequeño libro, que para mi sorpresa era un diario.
Salté algunas hojas, y en segundos comprendí la angustiada vida de aquel pobre anciano. Me sequé las lágrimas.
La tarde se tornaba noche, enseguida vino la policía y se lo llevaron.
En el suelo quedó marcada la silueta de su cuerpo.
Ya era tarde.
Sin dejar de ver la mortal huella me fui alejando.
En el cielo se empezaban a distinguir las estrellas, y hoy habría una más.
Ya era de noche, demasiado tarde.
Eché a correr y me alejé del lugar.