Foto: solaceseven
Hablamos de Candas,
una mujer afortunada que un día por una simple mirada le cambió el
destino.
Una mujer se quedó fijamente mirando a su esposo; y tal fueron los celos
que le provoco aquella situación, en si, tan inocente, que turbada por la situación, echó a correr
sin parar.
Aquel día no regresó a casa.
Cansada de tanto
correr y andar, para alejarse de aquel infortunado momento, llegó a
un caprichoso parque; y digo caprichoso porque en su vida había
visto tal amasijo de frondosos y coloridos árboles, ni estanque tan
llenos de gigantes nenúfares.
Agotada por la
carrera se tumbó en el césped de aquel fascinante parque, el cual no olía solo a yerba
mojada, sino que su aroma se entremezclaba con fragancias de su
infancia.
Un frenesí para todos sus sentidos.
Por el cansancio
físico y la fatiga espiritual, se quedó dormida en aquel lugar.
Al
despertar vio a un hombre con un niño que estaban a su lado,
observándola sin pudor.
Encontró en este
hombre, la amistad, comprensión, cariño, confianza y generosidad
que creía haber perdido con su marido. Le contó lo sucedido a este
buen hombre, explicándole el motivo de estar perdida y tan lejos de
su casa.
A su vez, el hombre sin nombre, le relató a pequeños rasgos
lo que era su vida.
Como estaba ya anocheciendo, la invitó a pasar la noche en su residencia,
donde vivía solo con su hijo, después de un trágico accidente acontecido a su esposa.
Candas no lo dudó
un instante y aceptó la invitación.
Aún no estaba preparada para
regresar a casa con su marido.
Necesitaba pensar.
Pensó y pensó
todo la noche.
A la mañana siguiente como habían acordado la
acompañó,
pero solo hasta la zona del parque, donde la había encontrado.
No quería pasar al otro lado del pueblo, por motivos privativos.
Aceptó sus razones
sin explicaciones, y se despidió con mucha tristeza, agradeciéndole
todo lo que había ayudado y aportado a su corazón. regresando a su hogar por el mismo sendero hechizado de misterio y belleza.
Por el
contrario el hombre sin nombre, durante mucho tiempo estuvo sufriendo su
ausencia; que nunca dejó de amar y buscarla entre los lagos,
pantanos, arroyos y lagunas de los refrescantes y delicados nenúfares
con perfume a jacintos y violetas que solo le hacían recordar a
Candas, constantemente.
Leyó en las
noticias que una mujer de sus características había tenido un
accidente, y llevaba en coma varios meses.
Destrozado por la noticia,
tomó de la mano a su hijo y saltándose la promesa de no atravesar
el mágico bosque, llegó a la habitación del hospital donde se
encontraba su amada.
Pasaron noches y
días de sufrimiento, resignación y apenas una rendija de
esperanza y delirio.
Una mañana un rayo atravesó fortuito su
ventana e irrumpió de lleno en su bello semblante, despertando en
tempo, del letargo.
Su hijo y su marido
permanecían a su lado.
Nunca la habían dejado sola.
Y en la
mesilla siempre un jarrón de jacintos frescos y violetas.