viernes, 3 de febrero de 2017

LA MUERTE ME PILLÓ POR SORPRESA

                                         

                             


 Divisé a lo lejos a Clementina que venía apurando el paso calle abajo, sofocada por el fuerte calor. El sudor le humedeció el pelo, el cual se le pegaba a la cara . Tenía los ojos enrojecidos y tan abiertos como la iglesia de la parroquia en día festivo. Me preguntó por mis padres y la acompañé hasta el tendal de la finca donde mi madre estaba tendiendo la ropa.

 El día era muy caluroso, esos días como decía mi abuelo, que se caían los pájaros de tanto calor. Mi padre estaba pintando en el estudio del piso inferior, con las ventanas abiertas de par en par, plasmando en su lienzo el paisaje que se podía contemplar desde ese ángulo de la habitación. Mi padre dejó los pinceles y se apoyó en el dintel de la ventana, y viendo tan alterada a Clementina, salió para enterarse de lo que estaba pasando.

 Observé como mi padre asentía con la cabeza y abrazaba a la muchacha. Enseguida me llamaron y Clementina me pidió por favor, si quería acompañarla a su aldea, que le había muerto su sobrino de seis meses, y estaban buscando a cuatro niños para que llevasen su ataúd desde la casa de su hermana hasta el cementerio. Me quedé impávida y pensativa y con voz ahogada le pregunté si podría acompañarme alguna amiga. Sabía por las historias y relatos que a veces mis amigas me comentaban que este tipo de ceremonias no les eran ajenas, al parecer era algo normal en las aldeas. Cogí un bolsón de playa en el que guardé el pijama, una muda, un libro y una comba, me despedí de mis padres emocionada, dándoles un fuerte abrazo, como si me fuera al país de nunca jamás.

 Esperamos por mi amiga, mientras Clementina le daba las gracias a mis padres por dejarme ir con ella y les prometió que cuidaría muy bien de nosotras y no tenían porque preocuparse. Nos cogió fuertemente de la mano, y nos llevó a través de campos llenos de maizales., por caminos donde teníamos que sortear repollos, bulbos de cebollas, plantaciones extensas de patatas, fincas donde pastaban vacas conviviendo con potros y perros que no cesaban de ladrar. Las manos de Clementina estaban muy sudorosas y de vez en cuando nos soltaba para secarse a su falda. Como tardaba en anochecer, tuvimos luz hasta llegar al pueblo.

 El cielo estaba de unas tonalidades de rojos y naranjas intensos que te invitaba a contemplar, por ello tropecé con una piedra y me caí encima de una bosta. Por fin llegamos al pueblo, donde lo formaban cuatro casas, un colegio y una pequeña capilla. También tenían una curiosa tienda con un peculiar tendero, el cual estaba sentado tomando el fresco en un asiento de piedra pegado a la pared del edificio, igualito al que teníamos en la fachada delantera de casa.

 Los sobrinos de Clementina estaban en la finca del ayuntamiento jugando al balón , corriendo, chillando y disfrutando de su vitalidad, ajenos al dolor que se mascaba en aquella aldea. Llegamos a la casa familiar y ya allí nos indico cual sería nuestra habitación por esa noche. Dejamos los bolsones sobre la cama y bajamos a la cocina de la casa donde estaban el resto de los parientes, los cuales nos presentaron, incluidas unas señoras completamente vestidas de negro que portaban un rosario entre sus manos y no hacían mas que llorar todo el rato, sin apenas soltar una lágrima.

 A mi amiga le hacía mucha gracia toda aquella situación y no paraba de darme codazos y reírse nerviosamente, pero para mi todo aquello era nuevo , y me sentía desconcertada al tiempo que tenía un profundo respeto por aquel trance. En el centro de la habitación y rodeada por estos personajes tan sombríos, había una pequeña caja blanca de cuatro asas plateadas que todos los miembros de la familia y vecinos besaban.

 Al fondo del pasillo estaba la cocina iluminada por una gran lámpara central donde la abuela de la familia cocinaba para todos los allí presentes. La abuela nos pidió por favor, nos sentásemos a cenar algo, mientras freía unos huevos y pimientos de Padrón que salpicaban de grasa toda aquella vasta cocina de hierro la cual daba un calor insoportable. Le pregunté a Clementina me indicase donde estaba el baño, para limpiarme las rodillas y zapatos, antes de sentarme a la mesa. Una anciana con un pañuelo blanco atado a la cabeza a modo de pañoleta , al oírme, cogió su bastón, se levantó y me llevó afuera señalándome el váter con un gesto de cabeza.

 Aquel lugar, el cual solo había visto en mi imaginación o en algún libro, tenía dos tablas a modo de banco como un pozo negro casero. Me las ingenié subiéndome a las tablas haciendo equilibrio y buscando el papel higiénico con la mirada. Me fijé que en la pared había un alambre del cual pendían varias hojas de papel de periódico y al lado una pequeña bombilla cuyo polvo apenas dejaba mostrar la escasa potencia de sus vatios. 

 Me quedé sin saber que hacer, apuré mi vejiga y con la misma me aseé en un curioso habitáculo contiguo, que tenía una espaciosa pileta de piedra con un generoso mando de bronce. Tenía mucha sed pero decidí no hacerlo en aquel santuario al agua de la traída. El lugar de su ubicación no era el adecuado, ya que un efluvio desagradable que provenía de aquel pozo negro, oscuro y mal oliente, no te invitaba. Regresé a la cocina y pregunté donde había agua frasca que tenía mucha sed. 

 Mi amiga estaba ya sentada cenando y parecía que disfrutaba con la conversación que mantenía con la abuela. No quise interrumpir y salí al porche, recordando haber visto cerca una fuente cuando veníamos de camino y me aventuré ir en su busca a ver si la encontraba. Caminé unos diez minutos, mas o menos, y di con ella.

 El sol ya casi estaba ocultándose tras las montañas y un viento irreverente estaba ocupando su lugar. Fui tanteando un camino lleno de piedras., llegando al manantial. Junte mis manos para recoger el agua que allí brotaba y zambullirme la cara entre ellas, después di un gran trago de aquella agua fresca y cristalina, mientras bebía presentí que alguien me miraba, y lentamente me sequé la boca con mi desnudo brazo y me giré asustada.

 Detrás de mi, en una piedra, con una gabardina blanca, larga y mojada estaba un hombre grande que me miraba fijamente. Perturbada intente echar a correr, pero el hombre con voz cálida me dijo “no corras pequeña , no tengas prisa, no vayas a tropezar”. Me quedé petrificada mirándole como esperando su autorización para poder marchar y sin más, en unos segundos el hombre desapareció del lugar. Ahora si que estaba definitivamente aterrorizada. Eché a correr veloz como un rayo hacia la casa, golpeándome los pies con el trasero.

 Hacía un buen rato que me estaban buscando pues ya era la hora de salir el cortejo con sus velas y oraciones. La luz de los cirios formaban sombras que intimidaban y las oraciones sonaban a ultratumba. Las mujeres lloronas vestidas de negro riguroso iban en fila detrás del pequeño féretro de madera, y con una cruz y la voz cantante el párroco del pueblo entonando plegarias a ritmo de coro, de las bien pagadas plañideras. Insistieron que agarrase rápidamente una de las cuatro asas de la minúscula caja blanca, que podría llevar una sola persona, a tenor de su peso.

 El cura empezó su rogativa camino del cementerio, mientras asida por dos mozos del pueblo una mujer con voz desgarrada pedía a gritos, con el aliento mas profundo “ser enterrada con su hijo”. Inesperadamente me quedé con el asa del pequeño ataúd en la mano. 

 A tal acontecimiento, familiares, vecinos y plañideras que formaban el cortejo comenzaron a gritar como poseídos, “milagro, milagro” Yo con el asa en la mano y mirando al párroco con cara de “no sé que pasó”, le ofrecí la mayor de mis disculpas. El párroco posó su mano sobre mi cabeza y susurrándome me dijo “no te preocupes pequeña”.

 Regresé a mi posición y vi como mi amiga había cambiado de encomienda. Ahora iba al frente de la comitiva portando una gran corona de flores de un perturbador color rojo e intenso aroma. Me giré aturdida y observé que en el campo santo estaba aquel hombre magno y recio de gabardina blanca, larga y mojada afanoso cavando una fosa. No recuerdo su cara, se desvaneció en mi memoria. Desorientada y embargada por una fuerte presión en el pecho exhorte a mi alma que alguien me llevase de vuelta a casa

BIBLIOTECA PRIVADA/C.A.PACHECO/SIENTO EL CORAZÓN DOLORIDO

  Siento el corazón dolorido Me duele, Me palpita Me avisa Me enfurece Como todo se queda en el olvido . Siento el corazón apagado Me sile...